Reflexiones sobre el aprendizaje, la creatividad, la tecnología y la comunidad, conjugando perspectivas para resolver enigmas y edificar soluciones juntos. ¡Bienvenidos todos!

25.9.15

En Defensa de la Filosofía y del Arte

Un cientificismo triunfalista nos embarga. Cientificismo que, sin embargo, necesita de la filosofía para explicarse a sí mismo. La filosofía se une a la ciencia en el proyecto de la razón.
Cuando estudié en la escuela cómo pensar me enseñaron que la primera regla de la lógica era que una cosa no puede ser y no ser al mismo tiempo y en el mismo sentido. Porque tan pronto como se cambia el marco de referencia, cambia la veracidad de un hecho que una vez fuera inmutable.
Ahora me pregunto ¿cuál será el marco de referencia de los que proponen amputar parte de las conexiones al pensmiento? 

El mejor profesor de matemáticas que tuve en la escuela, inigualable, también era filósofo y músico. Pablo. La fórmula creativa y dúctil de sus clases desbordaba los límites positivos, aritméticos, de mi precaria base en ciencias. Fue un tiempo maravilloso de conexiones infinitas, de abstracción trascendente, que luego otros se encargaron de demediar. Terminé por entregarme a las letras puras sin remedio. Qué pérdida tan costosa para mí. Con el tiempo tuve que remontar, y no fue fácil, y ya nunca con los mismos ojos ni la misma libertad.

Es perniciosa esta deshumanización pretendida en el periodo del aprendizaje fundamental. Los límites entre las disciplinas intelectuales se aplican actualmente a poco más y nada menos que a los presupuestos universitarios. Quizá sea la idea de la "ciencia" en sí la que debiera ser retirada en favor del concepto más inclusivo de "conocimiento"



Ilustración de Rob Hunter en "A Graphic Cosmogony" 

2.9.15

Usufructuario de bicicletas

Khan, un tutor con 26 millones de alumnos. Apadrinado por Doerr, Gates, Google, Slim... pero más allá del devenir, está el concepto: “Súbete a la bici y cáete hasta dominarla”

Esa imagen de la cicla me impacta emocionalmente, me llega el mensaje.
Mi primera bici era de tercera mano, una BH roja abandonada en la casa alquilada por vacaciones. Yo tenía 10 años. Deseaba aprender a montar, como mis amigos, pero consciente de mi torpeza supina mi mamá daba largas al respecto.

 Allí estaba. Me monté, le di un nombre al cacharro, le hablé con cariñó y rodé. Me arañé las rodillas, los codos. Me enjuagué con saliva que formaba esa pasta cicatrizante de barrillo, sangre y piel, y rodé. La tarde rodando, aquello parecía Duelo al sol.
Más golpes, más conversación entre la cicla y yo "vamos nena, no me dejes tirada". En un par de días me licencié.


Hoy, para mi vergüenza, no soy gran usuaria de la bici. Pero a cambio, cada vez que monto sufro ese vértigo de la caída inminente, algo que me carga de energía y me promete que, en unas horas, sentiré el triunfo sobre mí misma.
Es pura sensación, regreso a la infancia donde fue mi mejor yo.